Azcona
El Azcona es un insigne resucitado. No les voy a contar de nuevo la historieta del jugador blanquinegro que, allá por los lejanos años cincuenta, se vino de su Navarra natal a nuestro muy querido y muy entrañable Club Deportivo Badajoz. ¡Aúpa! Félix, De La Osa, Azcona, Fiestas, Zamorita, Pablito, Isidoro, Alonso, Salvador, Jiménez y Velázquez. Solo por haber pertenecido al once titular de la temporada 52/53, el del primer ascenso a Segunda, se merecía Ángel Azcona la Medalla de Extremadura. Lo de Segunda es una forma de hablar, porque, en realidad, donde juega el Badajoz es siempre Primera. Y primavera.
Pero los Azcona, luenga familia, debieron esperar a 2007 para recibir la Medalla de Extremadura. Tuvieron que despachar miles de platos de chipirones en su tinta y otros tantos miles de bacalao a la vizcaína para trincar la medalla. No sé dónde colocan sus medallas los medallistas, pero gloria hayan por siempre los que tienen los bemoles de colocarla junto a la barra del vino, la cerveza y lo que se venga terciando. No hay mejor lugar para brindar por ella, por los colores blanquinegros y por Extremadura.
Pero Azcona, el restaurante, el viejo caserón a pie de Puente Nuevo, después de tantos años, cerró durante un tiempo; y nos quedó la duda de si habría resurrección. Y la ha habido. Al Azcona le han resucitado los chipirones en su tinta, que quizá no sean los mejores que he comido en mi vida, pero son los mejores que se pueden comer en Badajoz. Y el viejo caserón ha vuelto a correr la banda con galanura. ¡Bienvenido al reino de los vivos, alabadas sean tus salsas y benditos tus salones!
En Azcona se come bien, tan bien como recordamos. Comida sencilla, apegada a las tradiciones de la casa y de la familia. Presentaciones sencillas y carta sencilla. Lo bueno viene luego: un interesante repertorio de salsas que, en estos tiempos melindrosos, suelen considerarse por los árbitros de la gastronomía en permanente órsay. No dos manchitas de puturrú de algo, sino las salsas de toda la vida, las que todo lo inundan y en donde todo pan naufraga. Los más tiquismiquis nos recordarán que las salsas enmascaran, pero yo, paladín de la opulencia mandibular, les recordaré los infinitos placeres que se esconden en tomar pan y mojar.
Además, se come a muy buen precio. La factura no pasó la fiebre de los treinta euros. Acostumbrados a comer a la carta (dos platos, postre, pan y una copa de vino) por más de cuarenta euros, resulta notable un dos en la quiniela del precio. ¿Cuándo fue la última vez que vieron en un restaurante en condiciones unas natillas por tan solo dos euros y medio? En fin, cuéntenme, cuéntame. Y como los ricos no se han hecho tales tirando, a mi derecha comía Don Rui Nabeiro y a mi izquierda Don Juan Manuel de Prada, rodeados, ambos, de gerifaltes varios. Pues eso, que se come a muy buen precio, y, además, se come muy discretamente, ajeno a las miradas incómodas que vigilan los templos mayores de la gastronomía pacense.
En todo esto pensaba cuando nadaba en unos judiones con perdiz (majetes). En esto y en el Club Deportivo Badajoz. ¡Aúpa! Y en Navarra. ¡Aúpa! Y en los chipirones de Azcona. ¡Aúpa! En la historia que pasa y vuelve. De estos mis arrobamientos me sacó la voz hercúlea de Juan Manuel de Prada. Tras de mí, en la recogida penumbra del comedor, Nabeiro, el comendador, hablaba a la portuguesa. Así que, tras untar panes, me zampé una tarta de queso (correcta). Buena nota para la copita de Sembro Tempranillo 2017 que bebí; un Ribera bien dispuesto. Y mención especial para los puros. Gracias a mi estanquero de cabecera, Jerónimo Conejo, Azcona ofrece una más que acertada selección de trabucazos. Partagás Serie D 4, un pequeño robusto de Perdomo, una perla de Vegafina para los más ligeros, y dos Camachos en tubo, criollo y corojo, para los más puestos al día. Azcona pone la terraza. De gol (por la escuadra).
Este artículo fue publicado en el Periódico Extremadura por nuestro compañero académico Fernando Valbuena el pasado 21 de diciembre de 2018.